Ignacio Padilla fue recordado a un año de su fallecimiento

Publicado el 25 Agosto 2017

SC/DDC/CP/0674-17 Ciudad de México, 25 de agosto de 2017

  • La Academia Mexicana de la Lengua organizó un homenaje póstumo en la Sala Manuel M. Ponce para evocar al cuentista y ensayista, quien ocupó una de sus sillas

  • Jesús Silva-Herzog Márquez, Rosa Beltrán y Silvia Molina fueron los encargados de rememorar la vida y obra del autor de La catedral de los ahogados en su primer aniversario luctuoso

El precoz fallecimiento del escritor Ignacio Padilla (1968-2016) dejó un gran vacío en el corazón de sus lectores, compañeros escritores y el mundo de la literatura, algunos de quienes este jueves 24 de agosto se dieron cita para conmemorar su primer aniversario luctuoso en un homenaje realizado por la Academia Mexicana de la Lengua.

La Sala Manuel Ponce del Palacio de Bellas Artes fue sede del evento para recordar al Premio para Primera Novela Juan Rulfo 1994, que inició a las 19:00 horas, con la participación de colegas de Padilla y actuales miembros de la Academia, y la presencia de lectores, escritores, así como Francisco Padilla y Carmen Suárez, padres del escritor cuentista, columnista y ensayista.

Las escritoras Rosa Beltrán y Silvia Molina, así como el abogado y escritor en materia de derecho Jesús Silva-Herzog Márquez charlaron sobre la vida y obra del ganador del III Premio Iberoamericano de Ensayo y Debate-Casa de América 2010 por su obra La isla de las tribus perdidas, con la moderación de Jaime Labastida, presidente de la Academia Mexicana de la Lengua.

Jesús Silva-Herzog Márquez recordó al escritor principalmente por su pasión por los relatos breves. “Se describió muchas veces como un contador de cuentos. El cuento era, para él, la madre de toda su literatura”, agregó. También destacó la pasión del autor de Amphitryon por Miguel de Cervantes. “Ignacio Padilla podía desplazarse por los pasajes del Quijote con mayor soltura, con mayor familiaridad, con más atención a los detalles que la que jamás alcanzaré yo en mi propia casa”, dijo.

Resaltó la fascinación del autor de El androide y las quimeras por los monstruos, el apocalipsis y el miedo. Asimismo, expresó su admiración por la capacidad del escritor para hacer “acrobacias verbales” al expresar sus ideas.

La doctora Rosa Beltrán, autora de El paraíso que fuimos conoció a Ignacio Padilla cuando fueron becarios del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca). Ambos comenzaron a escribir sus primeras novelas al mismo tiempo y a cultivar una amistad “a prueba de fuego”, describió Beltrán.

Recuerda al Premio de Cuento Gilberto Owen 1999 por Las antípodas y el siglo como un escritor devoto: “Tenía devoción a García Márquez, a las estructuras complejas, a escribir pronto y mucho, a madrugar”.

Lo describe como un autor que podía jugar con el tiempo y las palabras, que era antiguo y moderno al mismo tiempo, pero lo recuerda más como un amigo. Beltrán consideró a Padilla como un escritor precoz debido a varios premios adquiridos a una corta edad, resaltando el Premio Primavera de Novela 2000 por Amphitryon cuando el autor tenía 32 años.

La escritora, actual directora de Literatura de la Coordinación de Difusión Cultural de la UNAM, recordó, entre risas, la anécdota de cuando Padilla participó en un concurso en la preparatoria con tres cuentos, cada uno con distinto seudónimo, y ganó el primero, segundo y tercer lugar.

Silvia Molina, al igual que Rosa Beltrán, recordó a Ignacio Padilla como un amigo cercano. La autora de La mañana debe seguir gris lo definió como un escritor apasionado por la literatura fantástica y la brevedad. Se conocieron cuando fue becado por el Fonca, Molina como profesora y Padilla como discípulo.

Molina se tomaba su trabajo en serio y prefería perder la hora del almuerzo a dejar un texto sin revisar con sus alumnos. Compartió con ellos “el placer, la pasión y la entrega de la escritura”. Siguió de cerca los logros de Padilla y su pasión por “viajar para escribir”. Incluso cree que su ex alumno creaba sus historias en el trayecto de su residencia en Querétaro a la Universidad Iberoamericana, donde era profesor.

Padilla falleció el 20 de agosto de 2016, a la corta edad de 47 años y Silvia Molina considera que “vivió como quiso. Se dio la oportunidad de amar, de escribir, de viajar, de soñar… Tuvo las aventuras que deseó y en todas salió adelante exitosamente”.

Ignacio Padilla nació en la Ciudad de México el 7 de noviembre de 1968, cursó estudios en Comunicación en la Universidad Iberoamericana, posteriormente en Literatura Inglesa en la Universidad de Edimburgo y se doctoró en Literatura Española e Hispanoamericana en la Universidad de Salamanca con un estudio sobre Miguel de Cervantes Saavedra.

Con alrededor de 30 libros publicados, con los que transitó por diversos géneros literarios como novela, crónica, cuento, ensayo, columna y literatura para niños, Padilla fue reconocido como integrantes de la Generación del Crack, corriente literaria que rompió con el postboom latinoamericano, siendo uno de los impulsores en 1996 del Manifiesto del Crack junto con autores como Jorge Volpi, Eloy Urroz, Miguel Ángel Palou y Ricardo Chávez Castañeda.

Inéditos y extraviados fue su última obra publicada en vida, en 2016. Recopila los mejores cuentos del escritor en una selección hecha por él mismo, donde reúne piezas desperdigadas en títulos como El año de los gatos amurallados, Las antípodas y el siglo, El androide y las quimeras y Los reflejos y la escarcha.

Antes de su prematuro fallecimiento, Ignacio Padilla envió un borrador final que se convertiría en su novela póstuma Última escala en ninguna parte, la primera dirigida a jóvenes, recientemente publicada.

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